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Si hablamos de patrimonio natural, hablamos de nosotros: la vida en un día en Río Clarillo, por Fran


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El patrimonio natural del Chile ha sido pilar en la construcción de nuestra sociedad. ¿De qué hablamos cuando hablamos de patrimonio natural? hablamos de la naturaleza de Chile, de aquella que es de todos, independiente de la propiedad en la que se encuentre. Nuestra economía y el pan de cada día dependen de nuestro patrimonio natural. Pero vamos más allá, el patrimonio natural es parte de nuestro pueblo, de nuestra cultura: nuestra identidad es cordillera majestuosa nevada, es cóndor y huemul en nuestro escudo, es la aridez del desierto, y es la fría ola del Pacífico que rompe violenta y con bella blancura sobre la roca costera. Los chilenos vivimos en las Tierras de Huemules en Aysén, junto a los Temus en el Aguade Temuco, o rodeados por las Aguas Negras en Curicó. Vemos el atardecer en la Piedra Negra de Curanipe, y en el norte,en Tal Tal, nos maravillamos con el canto del cernícalo Thaithai, mientras las Parinas nos deslumbran con su danza en Parinacota[1].¿Cuánto reconocemos de nuestro patrimonio natural en nuestras moradas? ¡Vaya! pueblos visitamos, pueblos que no observamos.

Pensemos además, en el rol del patrimonio natural en la rica expresión artística y literaria de Chile. Nuestros artistas nacionales se han inspirado en nuestro patrimonio. Basta ver las obras del pintor Pedro Lira, por ejemplo su “Paisaje con Cordillera y vacunos” y “Paisaje crepuscular”, obras donde el testimonio de robles, ríos, cipreses y diversas especies, a lo largo de diferentes épocas y estilos marcan las artes visuales del país. Pablo Neruda y Gabriela Mistral también escribieron motivados por Chile, por su tierra de amarillos desiertos, verdes y húmedos colores,  fríos mares profundos, majestuosas montañas nevadas y lechosos ríos, que bajaban torrenciales en épocas invernales. Todas esas características dieron movimiento a su pluma y vida sus palabras. La tinta de Neruda es verde , como los bosques de Chile Austral. Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta, dijo Neruda. Dos premios Nobel son el regalo de nuestro patrimonio natural a la humanidad.

Querido lector,te invito: levanta la vista y observa; permíteme preguntar ¿cuánto de lo que te rodea no tiene relación con nuestro patrimonio natural? Incluso la electricidad que te permite leer estas líneas nace de la fuerza del río o del viento a varios kilómetros de ti; el patrimonio natural está presente en nuestra vida cotidiana. De eso hablamos cuando hablamos de patrimonio: de lo nuestro, en todos sus planos, en todos los rincones, y de cada persona y alma que vivió, observa, y respirará en nuestra indomable tierra.

Sin embargo, aún no hemos sido suficientemente capaces de cuidar nuestro patrimonio. Se extingue a pasos acelerados, y con ello gran parte de nuestra cultura se pierde. Parte del significado de nuestra naturaleza se disipa y parte de nosotros se apaga. Para siempre.

La pérdida de conocimiento y conciencia sobre patrimonio natural es una de las preocupaciones en la conservación biológica (disciplina dedicada a realizar esfuerzos por el cuidado de nuestro patrimonio natural). Es una causa subyacente de la extinción de patrimonio. Con ello, desafíos en conservación biológica trascienden en un problema social, a escala nacional e incluso más allá, teniendo en mente la relevancia internacional del patrimonio natural chileno.

Busquemos estrategias que nos ayuden a rescatar o mantener el conocimiento sobre nuestro patrimonio. Eduquemos a nuestros niños y futuras generaciones con el rol activo del nuestro entorno. No es complejo realizar actividades creativas que pongan en valor el patrimonio natural de Chile. Existen los espacios: abrámoslos y llevemos a nuestros niños y niñas a disfrutar de ellos. Enseñemos a comprender y vivir nuestra naturaleza. Con ello ampliaremos nuestros conocimientos y nos permitiremos vivir el mundo en un contexto más real, más humano y natural. Como señaló Baba Dioum, conservaremos sólo aquello que amamos, amaremos sólo aquello que entendemos, y entenderemos sólo aquello que nos enseñen. Reconozcamos el valor del patrimonio natural, para protegerlo, y con ello mantener viva parte de nuestra cultura.


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Día soleado en la Reserva Nacional Río Clarillo. El bosque mediterráneo de Chile central recibe, en su siempre color verde, a 28 niños de sexto año básico de la Escuela Holanda de Estación Central. Niños llenos de preguntas, como debiese ser todo chileno; inquietos por aprender de un mundo hasta entonces casi desconocido para ellos. Vienen de unos de 30km de distancia, pero pareciera que estos dos mundos tan cercanos estuvieran completamente separados. Es difícil expresar en palabras las imágenes de niños completamente felices al descubrir un mundo tan rico, tan natural, tan suyo: su patrimonio. Aquel patrimonio que les pertenece a ellos desde antes de nacer, a sus padres, y a sus hijos y nietos. Sus sonrisas, sus risas, sus carcajadas, belleza pura e inocente, sus energías depositadas en los senderos de la Reserva.

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El quillay fue testigo, el litre les dio permiso, el canelo les indicó el agua, el carpinterito llamó, y los aguiluchos observaron; el peumo vio tomar sus hojas y sedujo con su aroma; el fragante y enmarañado bosque chileno dijo Neruda. Y el peumo los abrazó como la madre palma chilena a Gabriela. La Torre de Chile y sus piñones los sorprendieron. Ellos fueron los testigos. Los niños saben ahora que estos testigos existen, que son de ellos, de todos. Están allí. Estarán siempre dispuestos a brindarnos su belleza. Hay que cuidarlos y protegerlos, dijeron. Rieron, cantaron, soñaron; aprendieron. Ojitos brillantes y alegres ante tanto verde y vida en frente. Los niños descubrieron que son ricos, su riqueza pura, el patrimonio de todos; y todo esto en sólo media mañana dedicada a descubrir un rinconcito protegido en la precordillera.

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Si el río suena es porque piedras trae, pero quizás esta vez sonó por felicidad de ver cómo los niños aprendían de él, de su dependencia a la biodiversidad ribereña, y de cómo en su curso les lleva el agua pura y cristalina hasta sus hogares. Ronroneó cuando Renata preguntó si podrían ver una guiña, y fluyó con aún más vitalidad cuando escuchó a Bruno decir con firmeza que era parte del ciclo hidrológico y que nosotros dependemos de su cuidado. Dio frescura y apaciguó con ternura el calor de los niños, pues se sintió aún más vivo y protegido en 28 hogares de Santiago.

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Para éstos 28 hogares, Clarillo será sinónimo de belleza, de un mundo descubierto en sexto año, de recuerdos eternos de nuestro patrimonio natural. Peumos, litres, quillayes, canelos, carpinteritosy otros, ahora existen para ellos. Los 28 niños comentarán que hay un espacio bello por visitar. Los 28 niños aumentaron sus conocimientos, pero más aún, su persona. Para los 28 niños, Chile tiene un patrimonio natural que cuidar, pilar fundamental de nuestra sociedad y cultura.

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[1] Asta-Buruaga y Cienfuegos, FS (1899) Diccionario Geográfico de la República de Chile. 2da Edición.

*Franciszo Zorondo, Biólogo, mención en Medio Ambiente (Universidad de Chile, 2005). Máster en Ciencias Ambientales (Universidad Autónoma de Barcelona, 2007) y Doctor en Ciencias Ambientales (Universidad Autónoma de Barcelona, 2012). Investigador de postdoctorado en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y colaborador en Kauyeken.

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