Gabriela Mistral es una escritora chilena, premio Nobel de Literatura, es una de las poetas más importantes del siglo XX. El libro “Poema de Chile” es una obra póstuma que recopila 77 poemas escritos durante 20 años por Mistral. El libro refleja Chile desde miradas de la naturaleza, la cultura y las creencias. Uno de sus poemas es “Cuatro tiempos del Huemul”, inspirado en este ciervo endémico de Chile y Argentina.
Cuatro tiempos del Huemul
I
Ciervo de los Andes, aire
de los aires consentido,
¿dónde mascaras la hierba
con belfos enternecidos?
En los Natales* partías
trébol y avena floridos,
punteados de luz los cuernos
y las ancas de rocíos.
A la siesta, los gandules
no te gozaron dormido,
la oreja en hoja de chopo,
los párpados con batido.
El matrero, el perdulario
y el compra y vende prodigios
iban zumbando a tu zaga
viento, fogonazo y grito.
Los hálitos te volaban
adelantados como hijos
y te humeaban las corvas
como las del indio huido...
Prefirieron, los chalanes,
a tu vela y a tu cuido
ir arreando muladas
y carneros infinitos...
II
Resbalaste de los llanos
hacia los valles urgidos,
escapabas y volvías
como el Señor Jesucristo.
Cuando fue el atravesar
los límites indecisos,
se quejaron las aguadas
y los alerces benditos;
Hasta que no regresaste
en tu equinoccio sabido,
tragado de soledades
y peladeros andinos.
El aire preguntó al aire,
la llanura viuda, al risco,
y las liebres demandaron
a los tres vientos ladinos...
En nuestra luz se borraron
unos cuellos y belfillos,
y la pampa se bebió
la saeta de tus ritmos.
III
¿Dónde husmeas en la niebla,
mirada de hembra y de niño,
y por qué no vadeamos
ijar con ijar los ríos?
Estás sin lodos ni bestias
ni corazón pavorido,
en verdes postrimerías,
celado de Quien te hizo;
Remecidos los costados
del saberte manumiso
en trasluz de piñoneros
o entre quijadas de riscos.
Y en llegando día y hora,
bajas los Andes-zafiros,
a hilvanes deshilvanados,
por los hielos derretidos.
Castañetea el faldeo
de cascos y cuernecillos;
después, ya todo ensordece
en avenas y carrizos...
Entonces la Pampa se abre
en miembros estremecidos,
da un alerta de ojos anchos
y echa un oscuro vagido.
IV
Todavía puedo verte,
mi ganado y mi perdido,
cuando lo recobro todo
y entre fantasmas me abrigo.
Me voy, forrada de noche,
paso el mar, llego a los trigos
que en lo herido y lo postrado
me dicen tu calofrío.
Veo desde lejos, veo
la Pampa de tus arribos,
mayor que el entendimiento
y de diez oros, divina.
Rastreando voy tu pechada
que tumba, en blanco, el carrizo
y oliendo en polvo de espigas,
sólo tu sangre que sigo...
Tanteo en los pajonales;
sorteo esteros subidos,
y en mimbres encuclillados,
doy con unos tactos tibios.
Bien que sabes, bien que llegas,
como el grito respondido
y me rebozas los brazos
de pelambres y latidos...
Me echas tu aliento azorado
en dos tiempos blanquecinos.
Con tus cascos traveseo;
cuello y orejas te atizo...
Patria y nombre te devuelvo,
para fundirte el olvido,
antes de hacerte dormir
con tu sueño y con el mío.
La Pampa va abriendo labios
oscuros y apercibidos,
y, con insomnio de amor
habla a punzadas y a silbos.
Echada está como un dios
prieta de engendros distintos,
y se hace a la medianoche,
densa y dura de sentido.
Pesadamente voltea
el bulto y da un gran respiro.
El respiro le sorbemos
Fuente: Mistral, G. 1967. Poema de Chile. Editorial Pomaire.
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