top of page

DE LAS CUMBRES A LA COSTA, POR PATRICIO WINCKLER


Dunas (3)

Hoy me propuse tirar a la mesa algunas ideas acerca de un tema sobre el cual me desvelo de cuando en vez. Como muchos afortunados, tuve el privilegio de nacer a la brisa marina en Valparaíso y crecer con el ir y venir de las olas, la marea, el viento. Como pocos, no obstante, he transitado de una ingeniería antropocéntrica a las ciencias marinas más puras, escudriñando en aspectos que pueden parecer algo obscenos a oídos de un neonato. Aun cuando adolezco de una formación sesgada por el meta-lenguaje disciplinario de las integrales y derivadas, mantengo la secreta esperanza de ver el mundo como los antiguos que no hacían distinción entre la razón y las emociones.

Y emoción es volver a la playa, jugar con esos elementos, sentir esa brisa que no ha cambiado en décadas (“o tal vez no ha cambiado mucho”, como diría un colega preocupado del cambio climático). “El territorio costero es de los más dinámicos en la tierra”, replicaría yo-académico oculto tras mi cotona blanca, “donde la regla es el constante cambio”. Y es verdad, pues en ese territorio se fusionan los elementos básicos -el agua, el aire y la tierra- con ritmos naturales muy agitados que no se verían, por ejemplo, en una meseta desértica del norte. El mar y su contraparte terrestre, la costa, tienen una personalidad cambiante, cíclica e irregular; a veces predecible, otras caprichosa. Una mañana puede abrir con una playa ardiente al sol y atardecer en la bravura de un temporal generado a miles de kilómetros en el Pacífico sur. Y aun cuando el refrán diga que después del temporal vendrá la calma, presentimos que esos temporales vendrán en intensidad y periodicidad mayores entrado el siglo XXI. Ello pues el cambio en un territorio único como éste no es ni ha sido nunca una ilusión.

Un sistema tan dinámico es muy vulnerable a las acciones que los habitantes -yo, tú, nosotros- efectuamos sobre él. Estas acciones se ven, por ejemplo, cuando vemos un río estrangulado en su desembocadura por un desarrollo inmobiliario, o una presa cortando el flujo sedimentario -la sangre que alimenta las playas- y generando a fin de cuentas erosión costera. Es aquí cuando debemos reconocer que el territorio costero no es sin la cuenca que lo alimenta y que al momento de comprender el funcionamiento de un tramo de costa, debemos abarcar desde las altas cumbres donde cae la primera  gota de agua hasta el cañón submarino donde los ríos de arena desaparecen. Porque es así: gran parte de los sistemas dunarios, playas y humedales se nutren de las arenas nacidas por la fragmentación de las rocas en la alta cordillera; arenas y nutrientes que llegan a la costa y son arrastradas por la fuerza del oleaje.

Vistas desde la perspectiva terrestre, las acciones humanas -en cuanto depredadoras- estrangulan el influjo biogeofísicode los ríos que alimenta a las comunidades bentónicas e intermareales. En palabras simples: si se extrae agua en forma indiscriminada de los acuíferos, entonces el caudal disminuye y el potencial para arrastrar sedimentos también. Si a ello se suman las centrales de presa-en cuya operación no se contemple el trasvase del sedimento que se acumula bajo el espejo de agua- tenemos un desastre inminente. La extracción masiva de áridos para la construcción asimismo, no sólo conlleva un deterioro a los cauces naturales e infraestructuras sino también a la costa en el mediano y largo plazo.

Tal vez estos efectos parecen desconocidos en este último-rincón-del-mundo, pero ya han causado estragos en la costa española de Mediterráneo, donde la regulación excesiva de los ríos terminó por arrasar con cientos de kilómetros de playas. Hoy, las playas andaluzas son rigidizadas con espigones de roca para evitar la fuga de los preciados gránulos de arena remanentes, a costa, por cierto, de una pérdida de valor natural y escénico. Los deltas delos ríos Nilo, Ebro o Mississippi son otros ejemplos donde la erosión avanza sobre terrenos que fueran otrora fértiles. Sin ir más lejos, las dunas desaparecen a los pies de rasca-cielos de arquitectura lamentable en Reñaca y Concón, fijando sus arenas móviles y sitios de anidaje bajo cientos de estacionamientos. Poco cuenta en todas estas acciones la concepción del medio como una feliz orgía entre la biósfera, atmósfera y geósfera en un todo conectado.

Es aquí donde podemos hacer un aporte desde la vereda del conocimiento. Soy un convencido que los arquitectos, ingenieros, constructores, inmobiliarios y todo quien intervenga en el uso de territorios sensibles debiera tener una comprensión sistémica del medio, donde la cuenca y su apéndice la costa forman parte de un todo.A ello debe sumarse un cierto conocimiento duro sobre los riesgos asociados al aumento del nivel del mar, los tsunamis y otros fenómenos sobre los que tenemos menos control, de modo de considerarlos al momento de pensar como intervenimos, si intervenimos, el medio. En una planificación inteligente, los ríos, esteros y cuerpos de agua, además de las dunas  y las playas, debieran permanecer inalterados de modo de permitir su movilidad y adaptabilidad a los ciclos naturales.El uso de obras duras en la costa es, a mi juicio, sólo aceptable en zonas portuarias o industriales donde su inversión trae aparejado un beneficio social que lo justifique (aun cuando este comentario sea egoístamente antropo-centrista).

Si llegaste a este párrafo sabrás que no se requiere un alto nivel de sofisticación para entender estos principios, pues son relativamente simples. Mi impresión es que debemos atribuirles un espacio en las plazas públicas y en las salas de clase, de modo de posicionarlos como uno más de los variados tópicos ambientales que ya figuran en el ideario común. Intuyo que muchos de los errores que se comenten al emplazar obras en lugares inadecuados provienen más de desconocimiento que del actuar negligente de unos pocos. Y está en nosotros alzar la voz cuando veamos intervenciones que representen una amenaza a las arterias por donde estos flujos de vida circulan.

Patricio Winckler, Ingeniero Civil de la Universidad Técnica Federico Santa María, Msc. en tecnología ambiental, Máster en ingeniería de puertos y costas y Phd. en ingeniería civil (en curso, actualmente en EEUU). www.patowinckler.cl

bottom of page